Cuando nos juntamos para sacar el proyecto de la Compañía de Teatro Sumergido, lo hicimos con mucha ilusión, y si bien no quisimos arrogarnos la función de renovar el teatro, si llegamos por lo menos al compromiso de no caer en las trampas del mercado, en reproducir los viejos vicios de un espectáculo más pendiente de la recaudación que de proponer algo sincero. No queríamos hacer concesiones en ese aspecto. También quisimos romper la división, y por tanto la jerarquía, entre escritores, actores, directores o técnicos. Estos fueron, y son, nuestros puntos de partida y no creo que se nos pueda llamar dogmáticos por eso. Sin embargo, Cristina desde un principio se mostró reticente a salirse de su papel de actriz, sino fuera para dar indicaciones que mejoraran su personaje, que le dieran más importancia. A la par, coqueteó, y consumó, con otras compañías de teatro comerciales, e incluso llegó a rodar numerosos anuncios para importantes marcas comerciales. Se lo permitimos todo en un principio, lo justificamos por su juventud y su ilusión. Pero hasta aquí hemos llegado, su falta de puntualidad, sus aires de diva, sus desplantes y su afán por hacerse con un nombre por encima de todos nos obligan a su expulsión.
Antes a las chicas de provincias como ella, les esperaba un futuro negro, como sirvientas en el mejor de los casos. No es el caso. Ella llegará lejos, aunque para ello tenga que convertirse en una prostituta de la interpretación. Adiós Cristina, y suerte.
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