Teatro Sumergido expulsa a: Fran


Últimamente mucha gente nos anda preguntando por qué hemos expulsado a Francisco (también conocido como Franz.) Nosotros, sorprendidos, aunque ya sabíamos que nuestro antiguo compañero iba a ser fiel a sí mismo (a la única persona a la que puede guardar fidelidad), respondemos que nadie le ha expulsado, que ese no es el motivo nuestra separación.

En realidad, y esto es rigurosamente verdad, el señorito Francisco, era incompatible con la Compañía de Teatro Sumergido estrictamente por motivos técnicos, logísticos. Concretamente por motivos de espacio. Aclaramos: su ego, su enorme ego, no dejaba espacio a nadie ni nada más. Una vez que llegaba él a los ensayos o a las reuniones, un gran Yo acaparaba todo el oxígeno y los demás teníamos que marcharnos o resignarnos a morir por asfixia. No había espacio ni para guardar el vestuario.

Fran se había convertido en ese mueble demasiado grande para tu nueva casa, o en el perro que crece, con la particularidad de que estos sólo estorban, mientras que nuestro antiguo compañero estaba inmerso en un frenesí ciclotímico de actividad que le llevaba desde el autoritarismo y sectarismo más propio de un sargento al pasotismo de un yonki.

A pesar de sus buenas intenciones, Fran jamás entendió el carácter de colectivo que teníamos, jamás respetó las asambleas, no porque no estuviera de acuerdo con el método que nos decidimos dar, simplemente porque no podía atenerse a sus decisiones. Su ego y la voz que le comía por dentro y que le decía que mejor que él no había nadie se lo impedía.

Tuvimos paciencia con él, como se tiene con un enfermo, pero llegó un momento en que era él o nosotros. Los actores no le soportaban, teníamos discusiones con los técnicos por sus caprichos y el proyecto estaba a punto de hundirse bajo su batuta.

Hasta aquí aclarado el motivo de la separación, que creíamos amistosa. Lo que no esperábamos, y es algo que nos ha obligado a hacer esta declaración meramente defensiva y que preferiríamos haber evitado, es ese afán de nuestro antiguo compañero, al que ya no podremos llamar viejo amigo, de pregonar a los cuatro vientos, a los Buenos Aires, lo injustos que hemos sido y el poco talento que tenemos y reducir su marcha de los Sumergidos a una cuestión de envidia.

Nada que decir que no sepamos los que le conocemos, una vez más su ego, su enfermedad. Ojalá Franz, de verdad, encuentres una empresa digna de tu talento y no dejes al mundo huérfano de tu saber hacer. De verdad, esperamos impacientemente que lo consigas y nos dejes en paz.

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