Teatro Sumergido expulsa a: Rafa


Creo que el poeta Nicanor Parra en uno de sus poemas decía algo así: “Te olvide poco a poco, casi sin darme cuenta, como se olvidan las cosas que se quieren, sin darme cuenta” Pues algo así ha ocurrido con un compañero nuestro, sólo que a Rafael no le queríamos, como dice el poeta, ya que es imposible querer al que nunca se ha visto.

Esta expulsión es desde luego la menos dolorosa, ha sido incluso natural, más bien corresponde a un trámite burocrático, cuestión de papeleos emocionales. Cuando se planteó en la asamblea este tema, que había sido tan polémico en otras ocasiones, no hubo ni una discusión, a lo sumo hubo gente que se encogió de hombros y alguno se permitió comentarios maliciosos en torno a la creencia de que Rafael ya había dimitido y que estaba fuera desde hacía meses.

Es verdad, estaba fuera hacía meses pero no había dimitido, lo que en definitiva resume dos de sus insufribles características: la de estar cercanamente fuera sin atreverse a tomar una decisión que le comprometa definitivamente. Le gustaba, le seguirá gustando imagino, vivir en esa cómoda marginalidad fingida, pues lo que el considera vivir en el ghetto en realidad es un barrio residencial de las afueras de la gran ciudad, cerca de su gran centro comercial, lugar desde el cual se puede pontificar sobre los grandes problemas de la humanidad sin mancharse, un Che Guevara más que predica la revuelta sin ir a Sierra Maestra.

Si hablar de Chechenia o del cerco de Sarajevo o de los kurdos sin implicarse le daba una pátina de limpieza política, con la compañía de Teatro Sumergido trataba de conseguir algo parecido, un intento de parecer que nadaba a contracorriente, la contracultura como rebeldía, cambiar al hombre con el teatro. En este caso, que no le exigía coger un arma ni jugarse el tipo en actividades políticas, tampoco se implicó. Para él, nadar a contracorriente se resumía en tirar papeles al río desde un puente y observar como eran arrastrados. Jamás se ensució, nadie le vio sacrificar horas de sueño, patearse la ciudad, ni desde luego implicarse en otras actividades que no se pueden mencionar porque podrían variar la situación penal de alguno de sus ex-compañeros.

Pero lo peor era que, en los pocos momentos que dedicaba al 'proyecto sumergido', pretendía implicar, absorber con sus obsesiones políticas a la compañía, unir sus dos grandes imposturas para crear la gran farsa. No creo que nadie pueda dudar de las implicaciones en la lucha de muchos de los miembros de la compañía, pero lo que no está dispuesto a aceptar ésta es a utilizar el sufrimiento de personas y pueblos de forma gratuita y sólo con la finalidad de limpiar conciencias y crearse una imagen.

No vinimos a heredar ruinas ni a limpiarlas, Rafael, un consejo, por el cariño que se le tuvo, mire un poco más a su alrededor.

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