Teatro Sumergido expulsa a: Edu

Carta de dimisión:
El hipopótamo es el más abyecto de todos los mamíferos. Sólo es un caballo cobarde que renegó de la tierrra para volver al medio acuático, desperdiciando así el duro trabajo de sus antepasados para salir del agua. Regresó a las turbias aguas de los ríos, donde nadie viese su enorme fealdad. Se convirtió en una criatura violenta y territorial. Emerge de repente de las sucias aguas para pintar sus fauces del rojo sangre de sus víctimas.
Esto parece ser lo que busca este grupo del que quiero desvincularme. Su fin parece ser sacar a la luz las vísceras de pobres espectadores que acuden al teatro con el único objetivo de pasar un rato agradable. Jugar con la tranquilidad y emociones del pobre e inocente público actual me parece una práctica completamente desalmada, por lo que no quiero que mi nombre vuelva a ser relacionado con estas personas que se sirven de un arte de entretenimiento tan noble para alimentar sus bajos instintos con las entrañas de pobres espectadores.

E. J.

Respuesta desde la compañía:
Eduardo ha dimitido, se ha marchado. Lo ha hecho tras una serie de lo que él cree razones justas pero que no pasan de meros balbuceos patéticos. Se queda en el camino, no quiere dar un paso más junto a nosotros. Mejor, soltamos lastre, iremos más ligeros ahora. No piense Eduardo que miraremos atrás. Al iniciar el camino ya se sabía como lo íbamos a hacer, sin atajos, sin peajes, huyendo de las grandes avenidas que sólo pisaríamos para romper su orden precario, su falsa normalidad y volver a las callejuelas donde todavía se respiraran los olores de la ciudad, para volver a los y a los barrios oscuros donde la noche aún puede ser vivida en primera persona.

Su carta de dimisión define a nuestro antiguo compañero, sus motivos. No quiere vivir en el fondo del río, no quiere ser una amenaza para el turista que vive su mentira, no quiere desenmascarar su falsa aventura proporcionándole una vivencia real, eliminar su seguridad y situarle frente a una experiencia vital verdadera. Prefiere la belleza del caballo, la nobleza de ser montado y domesticado, la seguridad del heno y la paja en el establo.

Dice que lo hace por el público, mentira. Lo hace por él, por el éxito fácil y cómodo, por tener un público complaciente y de aplauso fácil. Un público que busca en el teatro entretenimiento y satisfacción de sus necesidades culturales, en definitiva, una audiencia compuesta de pobres espectadores como el propio Eduardo los denomina. Decimos que lo hace por él y que el público no le importa como tal, como colectivo, porque lo reduce a mera entidad pasiva de la que vivir, y a ser posible muy bien, a su costa suya. Pretende un público eternamente infantil que asista a un teatro muerto en el fondo, reducido a la forma y al sentimentalismo más barato. Un teatro que niegue a todos, espectadores, actores y directores, la posibilidad de enfrentarse a si mismos y a los otros, al mito renovado. Es decir, les niega la posibilidad de intuirse como individuo y como colectivo, de mirarse, de asomarse a sus profundidades, a sus miserias y a sus tesoros.

Eduardo, para nosotros, al igual que para los niños, jugar es algo muy serio, es el momento que se obtiene la magia, no los trucos de su teatro añorado. Nos acusa de desalmados y crueles, quizás confunde ambos sentimientos con la pasión y la honestidad, y aún en el caso que tenga usted razón, nuestras faltas serán mucho menos crueles que su gran mentira, su caridad para con el público.

Eduardo, nosotros no le engañamos, nunca le mentimos. Lo que no le hicieron una horda de desalmados y bárbaros sedientos de sangre no se lo haga usted mismo. Adiós, buena vida en los cementerios que busca habitar.

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